sábado, 17 de septiembre de 2022

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL DE LOS CISTERCENSES DE ESTRICTA OBSERVANCIA (TRAPENSES)


 Sala Clementina

Viernes, 16 de septiembre de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Agradezco al Abad General las palabras de saludo y presentación. Sé que estáis llevando a cabo la segunda parte de vuestro Capítulo general, en la Porciúncula de S. Maria degli Angeli: un lugar tan rico en gracias que seguramente os habrá ayudado a inspirar vuestros días.

Me alegro con vosotros por el éxito de la primera parte del Capítulo, celebrado en el mismo lugar, durante el cual también fue elegido el nuevo Abad General. Tú, Padre, partiste inmediatamente a visitar las doce regiones donde se encuentran tus monasterios. Me gusta pensar que esta "visitación" se realizó con el santo cuidado que nos mostró la Virgen María en el Evangelio. “Ella se levantó y se fue rápidamente”, dice Lucas (1,39), y esta expresión merece siempre ser contemplada, para poder imitarla, con la gracia del Espíritu Santo. Me gusta rezar a la Virgen que tiene “prisa”: “Señora, tienes prisa, ¿verdad?”. Y entiendes ese lenguaje. 

El padre abad dice que en este viaje "recogió los sueños de sus superiores". Me llamó la atención esta forma de expresarse, y lo comparto de todo corazón. Tanto porque, como saben, yo también me refiero a "soñar" en este sentido positivo, no utópico sino planificador; y porque aquí no se trata de los sueños de un individuo, aunque sea superior general, sino de un compartir, de una "colección" de sueños que surgen de las comunidades, y que imagino son objeto de discernimiento en este segunda parte del Capítulo. 

Se resumen así: un sueño de comunión, un sueño de participación, un sueño de misión y un sueño de formación. Me gustaría ofrecerles algunas reflexiones sobre estos cuatro "caminos". 

En primer lugar, me gustaría hacer una nota, por así decirlo, de método. Una indicación que me viene del enfoque ignaciano pero que, en el fondo, creo tener en común con vosotros, hombres llamados a la contemplación en la escuela de san Benito y san Bernardo. En otras palabras, se trata de interpretar todos estos "sueños" a través de Cristo, identificándonos con él a través del Evangelio e imaginando -en un sentido contemplativo objetivo- cómo Jesús soñó estas realidades: comunión, participación, misión y formación. En efecto, estos sueños nos edifican como personas y como comunidad en la medida en que no son nuestros sino de ella, y los asimilamos al Espíritu Santo. Sus sueños. 

Y aquí, pues, se abre el espacio para una bella y gratificante búsqueda espiritual: la búsqueda de los "sueños de Jesús", es decir, de sus mayores deseos, que el Padre suscitaba en su corazón divino-humano. Aquí, en clave de contemplación evangélica, quisiera ponerme en "resonancia" con vuestros cuatro grandes sueños. 

El Evangelio de Juan nos da esta oración de Jesús al Padre: “La gloria que me diste, yo se la he dado a ellos, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en la unidad y el mundo sepa que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí” (17,22-23). Esta Palabra santa nos permite soñar con Jesús la comunión de sus discípulos, nuestra comunión como "suya" (cf. Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 146). Esta comunión -es importante precisar- no consiste en nuestra uniformidad, homogeneidad, compatibilidad, más o menos espontánea o forzada, no; consiste en nuestra relación común con Cristo, y en Él con el Padre en el Espíritu. Jesús no temía la diversidad que había entre los Doce, y por tanto nosotros tampoco debemos temer la diversidad, porque al Espíritu Santo le encanta suscitar las diferencias y hacer de ellas una armonía. Por otro lado, nuestros particularismos, nuestros exclusivismos, sí, debemos temerlos, porque provocan divisiones (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 131). Por lo tanto, el propio sueño de comunión de Jesús nos libera de la uniformidad y las divisiones, las cuales son feas. 

Tomamos otra palabra del Evangelio de Mateo. En controversia con los escribas y fariseos, Jesús dice a sus discípulos: «No os hagáis llamar “rabino”, porque vuestro Maestro es uno solo, y todos sois hermanos. Y no llaméis a ninguno de vosotros en la tierra "padre", porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial. Y no seáis llamados “guías”, porque sólo uno es vuestro Guía, el Cristo” (23,8-10). Aquí podemos contemplar el sueño de Jesús de una comunidad fraterna, donde todos participen sobre la base de una común relación filial con el Padre y como discípulos de Jesús. En particular, una comunidad de vida consagrada puede ser signo del Reino de Dios por testimoniar un estilo de fraternidad participativa entre personas reales, concretas, que, con sus limitaciones, eligen cada día, confiando en la gracia de Cristo, vivir juntas. Incluso los instrumentos de comunicación actuales pueden y deben estar al servicio de la participación real, no sólo virtual, en la vida concreta de la comunidad (cf. Evangelii gaudium, 87). 

El Evangelio también nos da el sueño de Jesús de una Iglesia toda misionera: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que he mandado vosotros" (Mt 28,19-20). Este mandato concierne a todos en la Iglesia. No hay carismas que sean misioneros y otros que no lo sean. Todos los carismas, en cuanto se dan a la Iglesia, son para la evangelización del pueblo, es decir, misioneros; naturalmente de maneras diferentes, muy diferentes, según la "fantasía" de Dios: un monje que ora en su monasterio hace su parte para llevar el Evangelio a esa tierra, para enseñar a las personas que viven allí que tenemos un Padre que nos ama y en este mundo vamos camino al Cielo. Entonces, la pregunta es: ¿cómo se puede ser cisterciense de estricta observancia y formar parte de “una Iglesia en salida” (Evangelii gaudium, 20)? De camino, pero es una salida. ¿Cómo vives la “dulce y consoladora alegría de evangelizar” (San Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 75)? Sería bueno escucharlo de ustedes, contemplativos. Por ahora, nos basta recordar que "en cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios" y que "en toda la vida de la Iglesia se debe demostrar siempre que la iniciativa es de Dios, que" es el que nos amó” (1 Jn 4,10) (Evangelii gaudium, 12). 

Finalmente, los Evangelios nos muestran a Jesús que cuida de sus discípulos, los educa con paciencia, explicándoles, al margen, el significado de algunas parábolas; e iluminando con palabras el testimonio de su forma de vida, de sus gestos. Por ejemplo, cuando Jesús, después de lavar los pies a los discípulos, les dice: "Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, también vosotros hagáis" (Jn 13,15), el Maestro sueña con la formación de sus amigos según el camino de Dios, que es la humildad y el servicio. Y luego, cuando, poco después, afirma: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero por el momento no sois capaces de llevar la carga" (Jn 16,12), Jesús deja claro que los discípulos tienen un camino seguir, una formación para recibir; y promete que el Formador será el Espíritu Santo: "Cuando él venga, el Espíritu de verdad, os guiará a toda la verdad" (v. 13). Y podrían ser muchas las referencias evangélicas que atestiguan el sueño de la formación en el corazón del Señor. Me gusta resumirlos como un sueño de santidad, renovando esta invitación: «Que la gracia de vuestro Bautismo fructifique en un camino de santidad. Que todo esté abierto a Dios y con este fin elígelo a Él, elige a Dios siempre de nuevo. No os desaniméis, porque tenéis la fuerza del Espíritu Santo para hacerlo posible, y la santidad, al fin y al cabo, es fruto del Espíritu Santo en vuestra vida (cf. Gal 5, 22-23)” (Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, 15). 

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco su presencia y espero que concluyan su Capítulo de la mejor manera posible. Que Nuestra Señora os acompañe. Os bendigo cordialmente a vosotros ya todos vuestros cohermanos del mundo. 

Y les pido que por favor oren por mí.


domingo, 8 de mayo de 2022

Deja tu huella, sé testigo

 IV Domingo de Pascua (C)

 

Hechos de los Apóstoles  13, 14. 43-52

Salmo 99              R/. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Apocalipsis 7, 9. 14b-17

Juan 10, 27-30

 

Todos los años la liturgia en este IV domingo de Pascua nos presenta a Jesús como el Buen Pastor. Toda la Iglesia celebra hoy la “JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES” y la “JORNADA  DE VOCACIONES NATIVAS”.

El texto evangélico que hemos escuchado se enmarca en la celebración en Jerusalén de la fiesta de la dedicación del templo como aniversario de la liberación política, recordando la resistencia heroica de los macabeos contra la profanación del templo, la purificación del mismo y su nueva dedicación. En el evangelio de Juan Jesús aparece como el nuevo templo consagrado por el Padre. Frente a los dirigentes que no sirven ni guían, Jesús aparece como el Pastor perfecto. Él mismo es el pastor, la puerta y las ovejas.

Hoy la imagen del pastor, no nos dice mucho. Viajando en autobús antes de ayer vi varios rebaños. Normalmente, el pastor, no es el dueño de las ovejas, casi podríamos decir que es uno más del rebaño, uno más pero que a la vez organiza, manda, es líder, el guía que conduce a buenos pastos y a frescas dehesas y así las alimenta y refresca en el descanso, las defiende en caso de peligro. Y si es un buen pastor se entrega totalmente, no hay horas, no hay día ni noche, haga bueno, llueva o achicharre el sol… se entrega totalmente hasta dar la vida por sus ovejas. La autoridad del pastor no le llega por el cargo, sino por la dedicación que presta a sus ovejas.

Varios grandes personajes del Antiguo Testamento se nos dice que fueron pastores (Moisés y David) Varios santos actuales, como los videntes de Fátima, eran –o hacían- también de pastores. Desde la debilidad, desde esa fragilidad es desde donde Dios los elige para servir a su pueblo y mostrar sus maravillas.

Los seguidores de Jesús se deben reconocer por tres cosas que hoy dice Jesús en el Evangelio. Lo primero: porque escuchan la voz del Pastor y por eso creen, están atentos y se unen a Él, Cristo a su vez los conoce. Lo segundo: que le siguen, como las ovejas al pastor, entendiendo aquí por “seguimiento” una adhesión de aptitudes, un comprometerse con Él y Él a su vez corresponde con vida eterna. Y la tercera: no perecerán, porque Cristo los mantendrá junto a él. Jesús, Buen Pastor, conoce a sus discípulos, les da la vida y los protege. Creer es oír esa voz de Dios y demostrarlo con las obras. En el caso de los cristianos creer es lo mismo que seguir a Cristo.

 

En el contexto de la “JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES” y la “JORNADA  DE VOCACIONES NATIVAS”. Y bajo el lema de estas jornadas es "Deja tu huella, sé testigo". En el contexto del Año Santo Compostelano, y ante la Peregrinación Europea de Jóvenes prevista para agosto, resuena con fuerza lo que el Papa Francisco dijo a los jóvenes en la JMJ de Cracovia (2016): "Jesús te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque tu historia y la historia de tantos".

• Jesús es el Buen Pastor que se entrega por sus ovejas, para que tengan vida en abundancia. No solo conoce el nombre de cada una de ellas, sino que está detrás de todos y cada uno de sus pasos. Él nos invita a vivir la vida entregándola.

• El papa Francisco, en un discurso reciente al reflexionar sobre sus años de vida sacerdotal, dijo no querer olvidar a aquellos sacerdotes que, con su vida y testimonio, desde la niñez le habían mostrado lo que configura el rostro del Buen Pastor. Habló también, de «las notas que los distinguían y les brindaban una fuerza, alegría y esperanza singular en su misión pastoral». Hagamos memoria agradecida de aquellos que nos han mostrado el rostro del Buen Pastor en nuestra vida, recordemos la huella que ha dejado su paso entre nosotros.

• Toda la comunidad cristiana es corresponsable en la tarea de caminar con los jóvenes y orar por las vocaciones que la Iglesia necesita aquí y en todo el mundo. Pedimos al Señor que sean muchos los jóvenes que digan “sí” a la llamada que él hace a cada uno para «servirle con alegría.

• Pablo y sus compañeros saben que Jesús es la luz y la salvación del mundo, y están dispuestos a llevarla también a todos los pueblos. Como ellos, los misioneros ad gentes son testigos del Señor «hasta el final de los tiempos»; por ese testimonio, con la gracia de Dios, surgen nuevas vocaciones locales al servicio de las jóvenes Iglesias.

• En esos territorios de misión muchas veces faltan hasta los recursos más imprescindibles para que las vocaciones vayan adelante. Por eso, además de nuestra oración, debemos ofrecer todo nuestro apoyo para que, en las Iglesias en formación, no se pierda ninguna vocación por falta de medios

Cada vez más vemos en nuestras iglesias sacerdotes de otros países, de otras culturas, siendo pastores y buenos pastores del rebaño del Señor. El Señor sigue llamando y por sus pastores sigue guiando amorosamente a su pueblo.

Todos podemos y debemos ser testigos, todos podemos y debemos dejar huella.

Porque el Señor es nuestro Pastor, nada nos falta.

 

Feliz Domingo

Feliz domingo

 

 

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Feliz domingo

 

 




domingo, 13 de febrero de 2022

Confía en el Señor

 VI Domingo del Tiempo Ordinario (C)

Profeta Jeremías  17, 5-8
Salmo 1                R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
I Carta de San Pablo a los Corintios 15, 12. 16-20
Lucas 6, 17. 20-26

 

 

Si tuviéramos que resumir las lecturas de este domingo en una frase nos bastaría con tomar el texto del salmo responsorial que hemos cantado hace un momento: “Dichoso quien ha puesto su confianza en el Señor”. Eso es la cuestión que hoy nos presenta la Palabra de Dios. ¿En qué o en quién ponemos nosotros nuestra esperanza, nuestra confianza?, ¿en manos de quién nos dejamos caer?, ¿por quién nos dejamos querer?

En el noviciado -ya me han oído unas cuantas veces- contar que en mi época mala del seminario tenía escrito en un folio y pegado detrás de la puerta del cuarto, un versículo del salmo 19 que decía: Unos confían en sus carros, otros en su caballería, nosotros invocamos el nombre del Señor. Era mi auto invitación a poner mi confianza en el Señor, ya que otros señores de la tierra me habían fallado.

¿Es malo confiar en los otros? creo que no, incluso es bueno, me atrevo a decir que es necesario. Pero nuestro corazón solo para el Señor. Quien confía en el Señor será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Y esto será bueno para todos los que están en su círculo, a su alrededor, familias, amigos… Cuando somos autosuficientes, cuando no necesitamos ni a Dios ni a los otros, ni nada ni nadie, rechazamos la esperanza, anulamos la confianza.

Y nuestra confianza en Dios radica en la resurrección de Jesucristo. En la vida que trae para nosotros su resurrección, porque dando la vuelta al argumento de la segunda lectura si creemos que Cristo ha resucitado y vive, la fe tienen sentido; no vivimos en nuestro pecado; los muertos, los que sufren, los que tienen necesidad… no se han perdido, tienen todavía una línea de flotación, una senda de liberación. Si Cristo es nuestra esperanza somos las gentes más agraciadas, graciosos y graciosas por las gracias que nos vienen de Dios. Gracias que, a su vez, derramamos.

Desde esta confianza ciega en Dios. Confianza que da sentido pleno a nuestro vivir podemos leer las bienaventuranzas con los ojos de la fe.

Ser pobre, pasar hambre, llorar, ser odiados, excluidos, insultados y proscritos, ser infamados… no es plato de gusto para nadie, humanamente nadie quiere todo esto. Humanamente preferiríamos lo contrario, ser ricos, alabados, prestigiosos, adulados… Bien podríamos hilvanar aquí lo del ciento por uno, o lo recibido aquí -en este mundo- por el rico y el pobre Lázaro. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo nos decía el evangelio de hoy.

A lo largo de la historia muchos hombres y mujeres han vivido, y vivido con radicalidad, las bienaventuranzas, el dar sentido a sus vidas desde Cristo, el dar importancia a lo que tiene importancia, el llegar a dar la vida porque creían que Cristo la dio por todos y por todos resucitó, y así y en Él esperan también resucitar.

Dos acontecimientos eclesiales:

Hoy se celebra la Campaña Contra el Hambre con el lema: “nuestra indiferencia los condena al olvido” Las cifras son tremendas: según el informe titulado “el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo” (FAO 2021), alrededor de 811 millones de personas pasaron hambre en 2020, unos 118 millones más que el año anterior. El mismo informe dice que 2370 millones de personas, casi el tercio de la población mundial, carecieron de acceso a alimentos adecuados. Según el Banco Mundial en 2021 el número de personas viviendo en pobreza extrema ha podido alcanzar los 745 millones a finales de ese año, 100 millones más desde que comenzó la pandemia. Pandemia que ha desencadenado la peor crisis laboral en más de 90 años. Se han perdido más de 255 millones de empleos por la situación creada por la pandemia. (OIT, 2021) Si unimos la desigual distribución de las vacunas contra el Covid-19 dependiendo si se vive en un país rico o pobre y los daños causados por las catástrofes naturales producidas por el cambio climático casi siempre en zonas ya de por sí deprimidas, la cosa se complica aún más. Cifras que nos aplastan… ¿y nosotros qué podemos hacer? Pues no sé cuánto pero sí que sé que algo todos podemos. En el Evangelio de ayer escuchábamos una multiplicación de los panes y los peses, ¿Cuántos panes tenéis?... siete y unos peces… ¡cuánto se puede hacer con pocos! Quien nos necesita está ahí, delante nuestra, al lado nuestro. Si “nuestra indiferencia los condena al olvido”, nuestro diferenciarles y reconocerles les posibilitará salir del hoyo.

El segundo acontecimiento La Asamblea Diocesana. Febrero, marzo y abril están siendo tiempo de querer dar brío y vida a la diócesis en todos los sentidos, a todos los niveles y en todos los campos. Después de más de dos años de reflexión y diálogos llega el tiempo de las propuestas. Quizás alguno de los presentes esté participando en la Asamblea, pero todos como diócesis debemos rezar para que el Espíritu Santo haga su trabajo y el pequeño pan que aporta cada uno sirva para saciar a muchos y ser así la lavadura que fermenta toda la masa.

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor… depósito que no nos impide seguir trabajando por un mundo mejor.

Dejemos al Señor formar parte activa de nuestras vidas, formemos nosotros parte de la suya y nuestras vidas tendrán sentido y darán fruto para el bien de todos.

Feliz domingo

 

 

Feliz domingo

Feliz domingo

Feliz domingo.

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