sábado, 23 de mayo de 2015

A/por tod@s

PASCUA DE PENTECOSTÉS


El Libro de los hechos narra la venida del Espíritu Santo, el primer Pentecostés cristiano con una teofanía plástica: ruido, viento, lenguas de fuego. Pero hay un previo y un posterior. El previo es: que estaban juntos, el hecho comunitario esencia de la Iglesia, que es presencia de díos en sí y medio para su manifestación. Y el posterior: que las llamas de fuego se posaron sobre cada uno, sobre todos los presentes, no distingue calidades ni cantidades, sobre todos por igual.

Y comienzan a hablar en lenguas extranjeras y cada uno les oía hablar en su propia lengua de las maravillas de Dios... hasta 17 lenguas aparecen citadas en el texto. ¿Cómo podían unos hombres sin cultura hacerse entender por tal disparidad de presentes? Las maravillas de Dios, su obra en la creación, su salvación no se puede ceñir a un pueblo, un grupo, un partido, una ideología, una forma de ser o actuar... Dios es para todos, beneficio para todos, maravilla para todos.

Es lo que nos recuerda la segunda lectura, los dones, los ministerios, las funciones... que el Espíritu Santo obra en nosotros no son nuestros, ni para nosotros, son siempre para el servicio de la comunidad, aquí llamada cuerpo, que aun siendo muchos formamos un solo cuerpo, una unidad, porque todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu. Si socialmente tuviésemos conciencia de esta unidad el dolor ajeno sería nuestro dolor, el gozo del otro sería nuestra alegría, su tranquilidad sería nuestra paz... el cuerpo es uno y lo que afecta a cualquiera de sus miembros afecta al cuerpo, me afecta a mí, te afecta a ti.

El Evangelio de Juan nos presenta la llegada del Espíritu Santo en el mismo día de Pascua, en el aliento del Señor. La presencia del Señor y la fuerza del Espíritu Santo hace que unos hombres encerrados por miedo pasen a ser misioneros de lo que han visto y oído por todo el mundo. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Con la Paz, saludo pascual por excelencia. Con las obras; con el poder de curar; con la posibilidad de tratar de tú a tú con el Padre; con la fuerza de ser testigos hasta los confines del mundo; con la caricia de la paz del Espíritu para las almas

Un regalo de la liturgia del día: la Secuencia de Pentecostés, un texto para disfrutar en el silencio de la oración, para dejarse invadir por el Espíritu:

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. 

Fr. J.L.

Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34   R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
I Carta a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
Juan 20, 19-23


Pentecostés de Jean II Restout (1732)
Museo del Louvre, París

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