viernes, 9 de octubre de 2015

Comprar el Reino

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)


¿Qué haré para heredar la vida eterna?

Muchos son los caminos que conducen a Dios, a la vida eterna. El encuentro con Dios se puede dar en el silencio, por la palabra, en un accidente, por un acontecimiento familiar, por una nueva vida o una muerte, un amigo o un desconocido, hasta un enemigo, en la contemplación de la naturaleza... lo único que no lleva a Dios es el dinero, a Dios no se le compra, Dios es gratis, gratuidad y gratitud.

El dinero es necesario, (todos comemos todos los días, hay que mantener estos grandes edificios), pero no lleva a Dios, es más, casi siempre por su mal uso y abuso, separa de Dios.

Cuántas veces conocemos y vemos gente sencilla que vive con lo justo, y a veces ni tan siquiera con esto, y son felices; y otros, a los que no falta de nada y en abundancia, apegados a sus riquezas, pero tristes y solos, desviviéndose en la preocupación de guardar y acrecentar su pobre riqueza.

Las riquezas que se apolillan y herrumbran, tesoros de la tierra para la tierra; los tesoros del cielo para el cielo.

La viuda pobre, el tesoro escondido, la perla preciosa... no pocas veces el Evangelio nos lo recuerda, dejar lo material y buscar lo importante, lo que hace crecer por dentro, lo que alimenta el espíritu.

La Sabiduría, como término bíblico, se traduce por conocimiento de Dios, por saboreo de Dios. Con Ella, nos dice la primera lectura, me vinieron todos los bienes. Oro, plata, piedras preciosas.. son nada ante ella. Incluso la salud y la belleza, que no son cosas materiales tangibles, brillan menos que Ella.

Cuando a uno sus riquezas no le dan para vivir ni le dan vida, abandonado en Dios, sentirá su mano protectora presente en su vida, como Padre, como Madre, desvividos por cada uno de sus hijos con un amor personal, individual y completo. La viuda de Sarepta preparó un pan para el profeta Elías con su última harina, y su resto de aceite, y en su confianza ciega en la palabra del profeta la harina no se acabó ni la alcuza se secó.

Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de los cielos. Hoy todos estamos apegados, nos hacemos ricos, nos creemos ricos, con mil cosas. Cosas, simplemente cosas. Mi dinero, mi coche, mi móvil, mis libros, mis juguetes, mis tonterías... mi, mi, mi... mi yo.

Para el diácono San Lorenzo en los primeros siglos de la Iglesia, su riqueza eran los pobres. Para muchos voluntarios hoy, en mil organizaciones religiosas o no, su riqueza y la mejor paga, es la sonrisa de un anciano, o de un niño enfermo, o de cualquier necesitado en quien emplean su tiempo y su saber, o el ver que una comunidad prospera con su ayuda en dignidad o educación... Estos bienes, estas riquezas llenan mucho y a la vez son bien livianas para pasar por la puerta estrecha, por el ojo de la aguja. La riqueza de la Iglesia son los pobres, la autoridad el servicio, el que quiera ganar su vida que la pierda... esta es la dinámica del Evangelio.

En la mentalidad humana el dinero lo puede todo, lo consigue todo, pero no, no nos confundamos. Podremos comprar libros, pero no inteligencia; compraremos comida, pero no apetito; adornos, pero no belleza; casa, pero no un hogar; medicinas, pero no salud; diversión, pero no felicidad; un crucifijo, pero no un Salvador. Podremos compara cosas, nunca valores, jamás la salvación.

Jesús, le miró con cariño. Nos mira con cariño. Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, Dios lo puede todo. Donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón. Que nuestro corazón esté en Dios, en los necesitados, en servir... nuestra riqueza ya será grande aquí y nuestra recompensa eterna en el cielo.

Fr. J.L.

Sabiduría 7, 7-11
Salmo 89, 12-13. 14-15. 16-17       R/. Sácianos de tu misericordia, Señor,
Hebreos 4, 12-13
Marcos 10, 17-30

Cristo y el jóven rico (1899). Heinrich Hoffman
Iglesia de Riverside (Nueva York, Estados Unidos)

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