lunes, 7 de diciembre de 2015

Inmaculada Concepción

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20
Salmo 97, 1. 2-3ab. 3c-4       R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravilla
San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12
San Lucas 1. 26-38

“Quiero Hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos” (Salmo 44).
   
María, debido a la sencillez de su corazón que concede a los que la poseen el don de ver a Dios y penetrar en sus planes, proclamó alborozada ante Isabel el gran privilegio de que era objeto: “Engrandece mi alma a Señor... Me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí... Su misericordia alcanza de generación en generación”.

Porque sin duda alguna, por medio de María se han realizado los acontecimientos más altos de la historia de la salvación. María es la elegida como Madre del Salvador del mundo y así surge ab aeterno en la mente de Dios. Por eso en los albores de la humanidad, mucho antes de su existencia física aparece ya la figura de María y de su descendencia como antagonista de las fuerzas del mal. Notemos que la primera aparición de María en la Sagrada Escritura es como opositora a la serpiente del mal, la enemiga de la humanidad..., y la última, en el Apocalipsis, de la misma manera, como opuesta al dragón infernal. Este antagonismo comienza históricamente desde el momento de su concepción que para nosotros ya es su Concepción Inmaculada.

Este Misterio comprende o engloba tres aspectos a tener en cuenta cuando hablamos de la santidad de María: Que no tuvo pecado de origen con el que todos nacemos; que estuvo llena de gracia desde el instante mismo de su concepción; y que le fue concedido el don de la impecabilidad. Sin duda que se trata de un privilegio singular de carácter abiertamente sobrenatural, pero “nada hay imposible para Dios”, como le recordará a Ella misma Gabriel.

Suele decirse que Dios da la gracia en proporción de la misión que cada uno debe desempeñar en el mundo. Si María estaba destinada a ser la Corredentora de la humanidad como Cooperadora activa en el Evento salvífico, era necesario que lo hiciera desde el estado de gracia y desde el comienzo mismo de su ser; lo mismo que afirmamos del Salvador, su Hijo, que inició su obra salvadora desde el instante mismo de su Encarnación, es decir: desde el momento en que María pronunció su SI  al requerimiento de Gabriel en la Anunciación.

No olvidemos que María entra de lleno en el orden hipostático relativo y por consiguiente las enemistades de María con Satanás de que nos habla el Génesis son la mismísimas (“ipsisimas”, nos dice el Papa Pío IX en la Bula “Ineffabilis Deus”) que las de Cristo: totales, absolutas ontológica, moral y cronológicamente consideradas.

En María no hubo jamás el paso de pecado a gracia, como se da en todos los mortales, y por eso hablamos de privilegio singular. Y aquí es donde tropezaron grandes sabios teólogos e incluso algunos santos que no lograban conciliar la carencia de pecado original en María con su calidad de criatura redimida, si la redención, como nos recuerda S. Pablo, fue UNIVERSAL

El argumento teológico de la gracia preveniente salió al paso de esta dificultad que operaba como freno a la formulación del Dogma, pero que no impedía que el pueblo cristiano, en particular el pueblo español, defendiera con calor y devoción la celebración de la fiesta de la Inmaculada  incluso mucho antes de 1845 en el que fue proclamado el Dogma.

Este privilegio excepcional de María que estaríamos tentados a contemplar como un mero dato biológico o biográfico sin mayores implicaciones en nuestra vida, adquiere un sentido nuevo cuando es considerado como esencialmente vinculado a la Historia de la Salvación, de nuestra salvación. Bien asentado esto, este privilegio y todos los demás de la virgen María nos sirven para ensalzar a nuestra Madre y alabar al Creador; para dar un sentido más real y profundo a nuestra devoción mariana que, desde esta óptica, no podemos considerar como algo potestativo o secundario, sino vital y esencial, ya que María es tipo de la Iglesia y modelo para todos su hijos. “Apareció una señal en el cielo”, nos dice el Apocalipsis. María es todo un SIGNO. El signo del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios para con el hombre. Dios nos prometió la salvación en el paraíso inmediatamente después del pecado, y allí aparece ya la Inmaculada como signo de esta salvación.

No sabemos exactamente qué día de qué año Maria vino al mundo. No tiene mayor importancia. Litúrgicamente lo recordamos hoy y lo revivimos, lo celebramos y nos felicitamos; porque tal día como hoy llega para los hombres la plenitud de los tiempos. Hoy despunta la Aurora que nos trae al Sol de Justicia. Hoy comienza a formarse el capullo que dará un fruto de salvación. Hoy, en el vientre de Ana, han brotado la esperanza, la alegría y la promesa de la recuperación del Paraíso perdido.

Abad Jesús Marrodán (8-12-2008)

La Inmaculada  Concepción del Escorial (1660/1665). 
B.E.Murillo. Museo del Prado

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