sábado, 2 de enero de 2016

Dios se hizo...niño

II Domingo de Navidad (Ciclo C)

  
Celebrar la Navidad supone hacer a Dios niño, lo inmenso diminuto y la Palabra silencio.

Querer celebrar en dos semanas el misterio de Dios hecho carne; la anunciación, el nacimiento y la epifanía, pasando por la visitación, la adoración de los pastores, la familia de Nazaret y a María como Madre de Dios... querer celebrar todo esto es un empacho celebrativo (como las comidas de estos días pueden ser un empacho culinario), querer asimilar tanto misterio es imposible.

De hecho volvemos a escuchar en este día el Evangelio ya leído el día mismo de Navidad, no se puede digerir en una sola celebración. Es, sin duda, la página más teológica de toda la escritura.

En el principio existía la Palabra, el Verbo, dice la nueva traducción de los leccionarios, y la Palabra era Dios, y la Palabra estaba junto a Dios; por ella todo se hizo y sin ella... Y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros.

Quizás sean los prefacios de este tiempo quien mejor nos aplique y explique estos misterios: Y gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible (Prefacio I de Navidad)  Porque en el misterio santo que celebramos, Cristo el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo; el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal, para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado (Prefacio II de Navidad)  Y el Prefacio III: Por él (Cristo) hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio de nuestra salvación; pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no solamente dignificó nuestra naturaleza para siempre, sino que por esta unión admirable nos hizo partícipes de su eternidad.

Dios, en el Génesis, en el principio, iba nombrando y creando las cosas, por el poder de su Palabra. Esa misma Palabra, ahora camina entre nosotros. Dios nace y nos renace. De alguna manera al nacer en el mundo, al hacerse uno de notros, se hace nosotros... si le recibimos. Y si la Palabra de Dios nos llena, nos empapa, nosotros no podremos dejar de ser su reflejo, su impronta, su nueva creación. Hoy, hay muchas palabras (con minúsculas), demasiados charlatanes vendedores de aire; palabras vacías que no llenan, ni aportan, ni transforman, que no dan sentido ni hacen crecer, que no tienen poder creador ni salvador. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único..., lleno de gracia y de verdad.

La Palabra se encarna en el tiempo y en nosotros, por eso se hace denuncia, anuncio, predicación, Buena Noticia. Quizás debamos decir menos palabras y ser más Palabra. Es éste el año dedicado a la Misericordia, la Palabra encarnada nos debe llevar a dar y buscar misericordia. Hoy se nos invita a ser Palabra de Vida, a ser Palabra que ilumina, a ser Palabra que engendra vida, a ser Misericordia para todos.

Termino con la felicitación que un amigo me ha enviado estos días y que creo resume tan gran misterio en tan poca cosa como puede ser un niño recién nacido, con mucha resonancia de tradición monástica: Navidad es Dios haciéndose ser humano. Un Pequeño que nos hace grandes, una Debilidad que nos hace fuertes, un Misterio que da sentido a la vida. Por eso deseamos Paz, Felicidad, Luz...porque Dios nos ama. Os deseo de corazón un feliz encuentro con el Nacido. Un abrazo

Fr. J.L.

Eclesiástico 24, 1-2, 8-12
Salmo 147    R/. La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
Carta a los Efesios 1, 3-6, 15-18
Juan 1, 1-18

La Sagrada Familia del cordero (1507). Rafael Sanzio
Museo del Prado (Madrid)

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